lunes, marzo 20, 2006

Y... La Papisa (capítulo 17)



- ¿Lo hago?
- No.
- Quiero hacerlo
- No.

A veces una pregunta lo que no debería preguntar especialmente cuando sabes que la respuesta será negativa. Era en eso en lo que estaba pensando Julia mientras Úrsula seguía observándola.
Pero era verdad. Para Julia todo ahora era verdad , porque vivía la situación en estado puro con todas sus aristas, sin cuestionarse nada, sin intentar comprender más, sin imaginarse ni tan siquiera que un día necesitaría comprender. No sólo todo era verdad sino que no le importaba. Todo podía ser real, se le ocurrió de repente, pero tuvo un momento de querencia dulce, allí estaba su amiga Úrsula, hacía meses que no se veían, la querencia de la intimidad suele incitar a la traición de uno mismo.


Estaban fumando aunque no deberían (se supone que lo habían dejado juntas para animarse); estaban bebiendo aunque aquello perjudicaba seriamente la salud de Úrsula (que padecía un hepatitis crónica) y se habían pasado toda la tarde tiradas cada una en un sofá, el verde era de Úrsula y el de rositas diminutas siempre para Julia, con chocolate (lo único raramente permitido). La querencia incita a las traiciones de cuanto se cree, de cuanto se determina y si el corazón tiembla, hasta de uno mismo.

¿Julia se sentía feliz? Si se lo hubieran preguntado, hubiera respondido para asombro de todos y por vez primera que sí. No se le ocurría enfadarse con Úrsula porque no se había mordido la lengua antes de preguntarle nada. Aquello formaba parte de un todo, y ella misma, desnuda frente a su amiga ya no tenía nada que ocultar. Se miró de reojo en el espejo del pasillo. Desde el sofá de flores diminutas podía alcanzar su reflejo de refilón. A Julia le parecía que ella misma estaba distinta.

- ¿Te vas a preguntar qué te está pasando?
- No creo
- ¿Nunca te preguntas nada?
- Úrsula quería acusarla de algo, lo que fuera, pues lo otro era innombrable
- Ahora no

Ahora era Úrsula quien preguntaba y ella la que negaba. Las palabras importaban apenas, como una brisa después de una tormenta. Podían seguir hablando por el simple hecho de hablar, como se habla después de que te hayan dado una paliza, o por el simple placer de hablar, como se habla después de hacer el amor, con el cuerpo todavía sensible, la cabeza un poco vacía.

- Si lo amaras de verdad, no harías eso.
- Eso creo...

Bromeaba, pero sin sonreír, mientras le gustaba verse reflejada en el espejo porque allí encontraba a la otra Julia. Úrsula se refería a James.

- ¿Estás segura?

Julia estaba entretenida con aquella que le sonreía desde el espejo, pero se volvió y le gustó ver a su amiga que le preguntaba algo aún tan íntimo, tan ligado a su propio cuerpo y al de la que la miraba por el espejo.

El reflejo de Julia se perdió por la habitación, nueva y azul, del azul de los ojos de James (eso sí lo sabía, qué curioso pensaba el fantasma de cristal mientras le guiñaba un ojo a Julia, que lo supo). Del azul añil de las coladas de su abuela. Qué lejos todo, que lejos el sofá y el espejo... El azul le recordaba aquellos saquitos llenos de polvo azul que su abuela y luego su madre siempre lejos diluían en el agua justo antes del último aclarado y de extender la ropa sobre el césped del jardín. Ella debía tener unos cuatro o cinco años. Era por entonces cuando hablaba con desconocidos que nadie veía. El hombre de marrón... con él se dio cuenta.

- Mamá aquel señor te estaba buscando.
- ¿Qué señor?
- Aquél, ¿que no lo ves?

Y Julia se fue acostumbrando a callar porque ya se sabía demasiado distinta y quería ser como las demás niñas aunque eso sería imposible por el resto de su vida. La niña la miraba, el reflejo la miraba y la estaban esperando. ¿Por qué milagro el azul deja la ropa blanca?

- No podrás hacer nada para evitarlo, ya tengo los libros, me los has traído tú.
- Sólo puedo pedirte que no lo hagas y rezar por ti- insistió Úrsula
- No podrás invocar nada porque soy yo la que tiene más poder de las tres, sabes que necesitarías otra tríada.
- Lo sé.

El azul de la habitación era maravilloso. ¿Pensaba en eso en ese momento? Sólo más tarde lo sabría. El azul de la habitación no era el azul de la colada, era el de los ojos de James, el azul del cielo que solían mirar juntos después de hacer el amor.

- ¿Te pasarías la vida entera conmigo?
- Sí

Y había sido en una tarde de azul y desde entonces no se habían separado. A la mañana siguiente ella había sabido que él fallecería en cinco años.

Ahora Julia no tenía conciencia de registrar las palabras. Sólo imágenes y colores. Olores... ¿Cómo habría podido adivinar que volvería a vivir esta escena diez, cien veces y más aún? Y cada vez con un ánimo diferente, cada vez desde un ángulo más complejo. Durante meses se esforzaría en recordar cualquier detalle, y no siempre por propia voluntad sino porque otros iban a obligarla a hacerlo. Por ejemplo, durante los interrogatorios que aún habrían de llegar (todo eso quedaba lejos, tanto como el azul de las coladas) le insistirían atentos a sus reflejos a repasar cada uno de sus pensamientos.

Fuera empezó a llover, pero el aire era cálido. Una primavera extraña. Una realidad ajena. Cálido también, de una calidez viva que parecía respirar por cuenta propia (como el reflejo), cálido era el aire en el saloncito y entre los sofás de pequeñas flores rosas rococó. Julia se levantó y entreabrió una de las ventanas. Se oían los rumores del campo, el sol que se colaba a ratos. Julia miró a la otra Julia, aquella del espejo e ignoró por completo a Úrsula. Todo lo demás le parecía confuso, como un coro angelical lejano moteado por otros sonidos más nítidos, como por ejemplo los aullidos de los perros. Los aullidos la hicieron despertarse. Allí estaba Úrsula con un vaso de agua y un nebuprofeno 800 retard (Julia los tomaba a menudo últimamente, el dolor se le había enraizado por todo el cuerpo).

- Sé que intentarás robármelos, pero no los encontrarás.
- Lo sé, yo también lo he visto- contestaba Úrsula resignada.

Muchas veces hablaban así y nadie más lo habría entendido pues discutían sobre cosas que aún no habían ocurrido en la realidad, pero que eran verdad.

- Sabes que puedo hacerlo- insistió Julia
- Me temo que sé que lo harás.
- ¿Lo informarás?
- Aún no lo sé, estoy demasiado confundida- Úrsula evadía una respuesta porque no la había.
- No te pido nada.
- Lo sé.

Julia pensó una vez más, y una vez más , ¿por qué hubiera debido pensar en eso cuando lo único a lo que se entregaba era a su amor? ¿Se le ocurría pensar en algo más? S lo hacía era sin darse cuenta. Julia respondía a Úrsula sin reflexionar, en un tono ligero, incluso jovial, convencida de que las palabras que dejaba caer no tenían peso alguno ni lo tendrían.

- Tengo que llamar a Janira.
- Hazlo cuando me haya ido. Al menos.- le sugirió fría Úrsula.

Continuará...


. . . . . . .

Ilustración del libro "Quinta Essentia" publicado en 1570 y escrito por el Maestro de Alquimia Leonardo Thurneysser Zum Thurn (1531-1596)

Y una nota curiosa ...
Leonardo Thurneysser vertía la orina de los pacientes en un matraz de vidrio en forma de hombre, la destilaba y a partir de los precipitados, vapores y gotas deducía la zona del cuerpo en que se encontraba la enfermedad. A partir de entonces el examen de orina es fundamental, incluso hasta nuestros días. Su obra más importante fue Quinta Essentia.