lunes, octubre 30, 2006

La Emperatriz (capítulo XVI)


La sombra de la Emperatriz

“Bueno, es el destino”- podemos decirnos. Pero la mayoría de las veces es una expresión sin sentido porque no entendemos lo que significa por más que el Tarot pueda enseñárnoslo.

¿Era el destino de Julia convertirse en la esposa de un fantasma? ¿Era el destino de Marla enfermar? ¿Era el destino de Úrsula enfrentarse a sus propios congéneres para ocultar a una amiga?

Julia era una Emperatriz, sí. Pretendía realizarse, también. ¿Pero de qué forma? Julia era una Emperatriz que solamente quería escapar de un dolor y disfrutar de lo que había considerado que era suyo. Hacía meses que había llamado a su esposo de la muerte y convivía con su fantasma. ¿De quién o qué es propiedad la vida y por ende la muerte? Poco a poco Julia iba perdiendo de vista cuanto le pertenecía y cuanto le rodeaba mientras el peligro de su disfrute y su falta de responsabilidad con su realidad la iban engullendo. Sí, esto también le puede ocurrir a una Emperatriz que solamente busca el placer y la diversión, prisionera de su propia satisfacción. En efecto, la vida se le hacía cada vez más dura. No porque le sucedieran cosas más o menos agradables, sino porque la vida misma le pesaba y se sentía incapaz de volver atrás, de asumir sus compromisos, de ocuparse de sus amigas, de sí misma. Julia se estaba transformando en una Emperatriz que huía.

Marla era una Emperatriz, también. Pretendía realizarse, también. Pero se había estancado. No veía, porque no podía, más que su imposibilidad. Poco a poco el gozo por la vida le parecía una espectáculo ajeno y a causa de sentimientos de culpa por no poder ocuparse ni de sus hijos ni de su marido ni de sus amigas ni de ella misma comenzó a rechazar inconscientemente todo sentimiento de placer y disfrute, incluso más allá de sus importantes limitaciones. Nadie podía ayudarla. Tampoco el Tarot. Su viaje es el más peligroso, en el que más fácil es perderse para siempre porque ella deseaba la muerte después de llevar meses enferma e imposibilitada de hacer cualquier cosa por insignificante que fuera. ¿Hacía cuánto tiempo que no se reía? No lo recordaba ya. Tampoco tenía ganas de intentarlo. Le sorprendía observar a la gente por la calle en los pocos momentos que podía salir a caminar algunos minutos, siempre menos de diez que era su meta más tenaz. La gente con alegría de vivir le parecían un auténtico milagro incomprensible, maravilloso y absolutamente incomprensible. No era que estuviera triste constantemente. Sus buenas razones tenía para ello porque había perdido la salud y le habían dejado bien claro que no la recuperaría jamás, que cada vez estaría peor y que la agonía podía durar muchos años. No, además de profundamente triste Marla había perdido el buen humor. Era una Emperatriz sin alegría.

Úrsula era una Emperatriz, también. Ante todo necesitaba realizarse, también. ¡Pero se sentía incapaz! Le sucedía que no sabía qué elegir. Sentía tantos impulsos y a veces ni tan siquiera contradictorios, que estaba perdiendo el rumbo. Estaba perpleja. Le faltaba confianza. La realidad se le parecía también a ella algo ajeno. Pero la realidad en su plenitud está vinculada a la capacidad de aceptación, olvido y amor. Pero ella no podía olvidar que Julia había cometido no de los mayores sacrilegios contra la vida al revivir a un muerto. Ella no podía, se sentía incapaz, de contemplar en su interior más allá de sus propias creencias y aún bajo la duda, su inquietud (a pesar de ella misma). Por lo tanto no había posibilidad para que la fuerza de la Emperatriz la abrazara abriéndole las puertas del alma con una visión que la enamorara. Esa imagen que sería la rectificadora y que no la enfrentaría con ella misma más allá de ella misma y sus ideas sobre lo que estaba bien o estaba mal. No podía seguir esa imagen porque se resistía a cualquier sensación. Estaba perpleja, cada faceta de sí misma empujándola con una información diferente. Imposible ver. Era una Emperatriz ciega.

Continuará....

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Imagen: Arcano La Emperatriz, Blacklips Tarot