lunes, noviembre 06, 2006

La Emperatriz (capítulo XVII)


Julia

Era otro día y se anunciaba otra mañana. Julia leería otro cuento para James, para el fantasma de James, para que recordara cosas de los humanos y le fueran creciendo raíces invisibles, para que no se fuera, para que la añoranza lo atara a esta tierra y no a otros cielos.


El hombre del río

Cyril K. esa mañana se vistió despacio con su único traje marrón. Su mujer se lo había planchado despacio. Se había levantado cuatro horas antes que él para asegurarse de tenerlo listo. Últimamente hasta la plancha fallaba. Había que apagarla, esperar que se enfriase y volver a encenderla. La plancha estaba tan desgastada como ellos. Al acabar ella se sintió feliz con el viejo traje marrón impecable junto a la blanca camisa y la corbata negra. María revisó una vez más los calcetines y el brillo de los zapatos acariciándolos.

Cyril estaba nervioso y la miraba de reojo. La noche anterior se habían abrazado para que el sueño fuera reparador. El tenía que presentar su mejor cara frente al gobernador. Cyril tenía una cita de cinco minutos (él era poeta, quizás pudiera alargarla) para pedir a este primo lejano, pero primo al fin y al cabo, un solo favor. Cyril y maría a sus setenta y setenta y cinco años se morían de hambre. Necesitaban un aumento de la pensión mínima que percibían, por mínimo que fuera.

Cyril se vistió despacio. Salieron. Fueron juntos de la mano hasta la puerta del Gran Palacio de Gobierno. La puerta era otra gran boca voraz, aunque de diferente tenor. Se dieron un beso de despedida. Se miraron con la fe del escaso futuro. Y Cyril entró.

Ya no recordó más. Las bombas explotar en Bukovar. Se despertó entre escombros y balas rasantes. Sólo caminaba, su cuerpo caminaba. No oía más que silbidos. Cada piedra, cada bala, cada cuerpo incluso, la estática mirada de María silbaban. Sería imposible vivir en un mundo de silbidos agudos, chillidos siniestros que se superponen, pensaba Cyril. Paso a paso pasaron días y noches. Cyril cada vez más delgado dentro de su traje marrón arrugado que había olvidado el delicado planchado que le dedicara María. Le había crecido la barba. No se había dado cuenta de que la herida en su mano ya se había hinchado.

Cyril me recuerda a mi padre. En realidad es como el padre de cualquiera de nosotros. Si le vieras ahora y le hubieras amado, tu compasión infinita dibujaría en ti un grito sordo. Si, en cambio, no hubieras tenido la oportunidad de sentir amor hacia tu padre, ahora al verle así, querrías abrazarle y protegerle porque habrías descubierto tu inmensa compasión. Cyril seguía caminando.

Se olvidó de comer y de detenerse ni tan siquiera un segundo. La barba crecía, los ojos se hundían, la mano se gangrenaba. Llegó a un gran río. Siguió caminando. No podía evitar ir con la corriente caminando sin detenerse. Cuando sus ojos entraron en contacto con el agua recordaron lo que era llorar. Esa noche en el río hubo una creciente, pero nadie la notó, casi todos estaban muertos y los que quedaban vivos sólo miraban a los muertos. A no ser por los peces, los que aún quedaban. Vieron a Cyril con su traje marrón arrugado y que le estaba tan grande. Primero pensaron que se trataba de una marioneta como tantas otras olvidadas últimamente en el río, desde que habían comenzado aquellos silbidos chirriantes. Luego se dieron cuenta de que se trataba de Cyril, el poeta. Aquel que tantos años les hablaba en tantos ríos. ¡Qué alegría ver a Cyril! Se sabían su nombre porque habían jugado con él a hacerle cosquillas en los pies. ¿Dónde estaba María?

Cyril caminaba y ya no oía nada. Sólo lloraba. Llegó al fondo del río y allí se recostó a descansar por vez primera, su cuerpo estaba cansado.

Los peces le enseñaron una vez más su secreto mientras hacían cola para darle oxígeno. Pasó el tiempo del agua fría y el agua cálida. Hubo otra crecida, esta vez grande, porque el río se llenó de marionetas. El cuerpo de Cyril decidió hacerse pez. Aunque a veces y caprichosamente lo olvida. Entonces Cyril aletea un poco hacia la superficie del río. Allí emerge y se sienta aleteando con las manos. Cyril con su traje marrón impecable y sin arrugas gira la cabeza hacia un lado y hacia el otro. Parece que busca a alguien, pero no recuerda ya a quién. Respira y vuelve a su hogar. Allí recita poemas de amor a una musa llamada María, poemas que los peces no olvidan.

Continuará...

Imagen: Arcano La Emperatriz, Cosmic Tribe Tarot

2 nos cuenta...

Blogger pilar nos cuenta que ...

que historia tan triste...Me ha recordado una canción de Maná, la conoces? (En el muelle de San Blas)
Convivir con un fantasma...quizás se hace más de la cuenta. Es tan duro romper lazos.

Besitos, Jime

9:34 a. m.  
Blogger Ximena nos cuenta que ...

Tocaya! Que gusto ver tu comentario y más aún conocer tu espacio. Me encantó! Una bella forma de trabajar el tarot, con todas sus profundidades y diversidad de miradas. Hace unos pocos años que me he ido acercando al tema del tarot y ha sido una experiencia muy buena, asi que me da mucho gusto habernos contactado.No conocía un espacio así. Visitaré tambien el blog comunitario que señalas más abajo.
Gracias por la visita y nos leemos!!!
Xime

1:11 a. m.  

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