miércoles, enero 31, 2007

El Emperador VI


Había sido un viaje accidentado sin lugar a dudas. Úrsula llevaba dos semanas dando vueltas que para ella carecían de sentido por Sierra Nevada buscando a alguien que sólo unos pocos recordaban y que la mayoría había olvidado. El Maestro había desaparecido. Sí, se había desvanecido. O bien había encontrado una fórmula para un aroma que hiciera que le olvidaran cuantos la olieran, o había encontrado el secreto de la transmutación en aire. Conociendo al Maestro era muy probable de que se trata de la primera opción.

Sierra Nevada es un lugar estupendo para descansar, para meditar y para reencontrarse con uno mismo. Si tienes que encontrar a alguien que no quiere ser hallado es lo más parecido a un pajar y tu objetivo sin lugar a dudas es una aguja que te pincha para recordarte que tú estás mientras que él, no. Las Alpujarras es un lugar maravilloso para llegar y quedarse, no para recorrer en coche en espirales de curvas infinitas hasta llegar a la convicción de que el mundo entero no conoce lo que es una carretera recta. Nerja, Almuñecar, Salobreña, Motril, Casteldeferro, Albuñol, Albondón, Murtas, Cojáyar: nombres que quedaban atrás entre otros cuyos nombres ya se habían desprendido en algún giro esperando que llegase el próximo conductor.

Quien necesite aislarse no necesita esconderse en una isla perdida. Aquí los móviles no tienen cobertura e internet sólo se atrapa con una parabólica que casi nadie posee.
Úrsula llegó a la convicción de que no la búsqueda se adentraba por un laberinto sin salida. Además el tiempo estaba por cambiar, llegaría la nieve y la pillaría en medio de una carretera. Efectivamente, de camino de vuelta a Málaga, el temporal casi la aísla. Se desvió por donde pudo. Ya desde las montañas llegaba a divisar otros pueblos y los paseros. Quedaba muy lejos aún. Pero la terquedad era una de sus características y ahora mismo estaba a punto de salvarla ya que al día siguiente las tormentas seguirían bajando hacia el sur, justo en aquella zona donde se encontraba, entre pueblos deshabitados.

Conducir de noche por una carretera que desconocía completamente no era algo que le gustara. La radio no acababa de sonar bien. Estaba cansada, tenía sed. Hambre también. Lo mejor era parar. Aprovechó un recodo del camino y se detuvo. Ojalá tuviera una linterna. Necesitaba una linterna para ir a orinar. ¿Y si había lobos? O peor aún: jabalíes. Los jabalíes le daban mucho miedo. No podía aguantarse más porque ya lo venía haciendo desde hacía un par de horas mientras esperaba encontrar un bar. En las montañas no hay bares, no en éstas. Tenía que desviarse mucho hasta un pueblo y prefirió ganar tiempo.

Ahora ya no podía aguantar y eso implicaba internarse (por pocos metros que fueran, aquello era internarse) en el bosque, detrás de unos matorrales en los cuales podría encontrarse con cualquier clase de bestia salvaje en una noche sin luna y sin linterna. Pero estamos en 2007, era moderna. Las bestias sólo atacan en las películas. Además, no podía decirse que una bruja temiera la naturaleza. No, en aquellos momentos no era una bruja sino una persona atemorizada que se estaba haciendo pis encima y que no tenía una linterna.

Hasta el más místico se ve asaltado por dudas intrascendentes y éste era su caso. Lo mejor era salir con precaución. Podía cantar. ¡La música amansa las fieras! Debía tener cuidado de cerrar el coche porque la bestia podía penetrar en él. Padre nuestro que estás... las llaves, las llaves... que estás en los cielos, ¡ay que me meo! Santificado, santificado sea tu nombre y te pido por Dios que no me coma una bestia. Úrsula no acertaba a cerrar la puerta del coche. Que no me coma una bestia. Así en la tierra como en el cielo. Se le cayeron las llaves la suelo (porque estas cosas ocurren justo cuando no tienen que ocurrir) Que no me coma la bestia ni en la tierra ni en el cielo. Líbrame del mal y de las bestias. Ayúdame a encontrar las llaves. No veo nada. Úrsula seguía palpando casi a ciegas, la oscuridad era total. No podía ahora abrir el coche para encender las luces. Perdóname, perdóname Señor, te lo pido por Dios. ¡Aquí están! Y suspiró. Corrió, se agachó, orinó y volvió en un minuto y medio. Gracias, gracias, gracias. Ya estaba dentro del coche.

A esa hora los noticieros comunicaban a los conductores que tuvieran precaución o que no salieran de sus casas por la tormenta que se acercaba. Úrsula comía un bocadillo y escuchaba música. Estaba tranquila porque no le había pasado nada. Sonreía.


Continuará...
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Ilustración: Arcano IV, El Emperador, The Crimson King

sábado, enero 06, 2007

El Emperador V


El Acertijo (continua del capítulo anterior)

Llovió y llovió...
Todos en el cielo y en la tierra recibieron la buena noticia.
Curiosamente, inmediatamente después, en aquel reino todo creció aún más: hubo más plantas, más edificios, más campanas, más flores, más bebés, más cuadros, más y más, más selva y más risas. También, más problemas. Todo se sumó y se multiplicó.


El Cielo se dedicó a esperar paciente a quien resolviera el acertijo. Pasó el tiempo que se fue llenando de actividad. Por el camino muchos abandonaron: las pruebas eran arduas y algunos se cansaron incluso antes de empezar. Otros, a medio camino. Muchos se dedicaron a pensar tanto que no podían hallar la respuesta correcta entre las tantísimas que se les ocurrían. Ciertos se enfadaron por no ser capaces de resolver el acertijo y le culparon de sus fallos, de sus desgracias, aunque luego decidieran firmemente que aquello no debía ser así, pero ni tan siquiera ellos dieron con la respuesta adecuada. Otros se dedicaron a criticar duramente aquel acertijo no logrando respuesta ni tampoco preguntas. Dicen que algún rey llegó a esclavizar a sus súbditos para que encontraran la respuesta perfecta y muchos se vieron más presos que antes. Otros lograron que sus reinos se volvieran oscuros y amargos de pura decepción. Algunos se dedicaron a las alquimias más exquisitas sopesando, analizando y cuantificando cada una de las palabras del acertijo; parece que aún continúan enredados en sus conclusiones si bien aquel reino ya está en orden y cada cosa ocupa su lugar con plena y satisfactoria felicidad. Nadie lograba acertar el acertijo.

Quien una vez más dio con una solución fue la pequeña estrellita. ¡Juan, el labrador! ¡Juan, el labrador! Juan, sí, era un buen labrador. Juan trabajaba duro y siempre se aseguraba de que sus planes estuvieran bien formulados, no tomaba difíciles resoluciones sin antes sopesar los pros y los contras; se arriesgaba, probaba y había aprendido de sus muchos errores. Siempre había sido muy luchador y gracias a ello había convertido uno de los terrenos más yermos en el más fructífero de todos. En sus tierras las plantas parecían más felices. Sus animales estaban robustos y gozaban de buena salud. Su familia no había pasado hambre ya que él, atento al cielo, sabía prever y organizarse en los años de buenas y malas cosechas. Cada miembro de su extensa casa realizaba sus tareas con tiempo suficiente para dedicarse a las fiestas y a las artes o al ocio. Sus jardines eran armoniosos, sus flores bellas y perfumadas. Las bestias salvajes de otros campos sabían que allí no serían bien recibidas y no osaban entrar o se retiraban en estampida. Las tierras de Juan estaban bien cuidadas y protegidas al igual que los suyos.


Le enviaron un ángel que le comunicara el acertijo. Si Juan contestaba, el celestial emisario debía regresar inmediatamente con la respuesta. Juan lo escuchó con suma atención. Luego se retiró a contemplar sus tierras, sus animales, su casa y su familia. No tardó mucho en contestar:
- Sí, está claro. Y le susurró al ángel su respuesta.


El cielo se regocijó y aquel reino antes sin rey, también. El emperador Juan (tal como se le cita en algunas crónicas antiguas) les protegió de las invasiones, creó caminos, supervisó la organización de los terrenos así como la de los almacenes, los días de mercado y los de fiestas, inspeccionó la urbanización y la construcción de escuelas, hospitales y, por supuesto, de los teatros. Supo rodearse de buenos y sabios consejeros, dictó leyes y veló por el bienestar, también pidió perdón cada vez que se equivocaba e intentó no repetir los mismos errores a pesar de su humanidad.


En su escudo brilló siempre un águila y el emblema de la familia fue un carnero con un rubí rojo con la leyenda “Busca la sabiduría de la belleza, nombra a todos los seres, jefe entre los poderosos del Orden y sus cuatro manifestaciones”, el mismo que había en el frontispicio de su casa, que no había abandonado y que él había construido con sus propias manos. Gobernó con uso de la razón, del sentimiento, la percepción y la intuición. En su reino se cobijaron los hombres simples junto a los mejores poetas y artistas.

Colorín colorado...

Continuará...
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Imagen: Carta IV, El Emperador, Tarot de Herstelde Orde

viernes, enero 05, 2007

El Emperador IV


Esa noche Úrsula empezó su diario tal y como se había prometido. Quería comenzarlo de manera especial, las primeras páginas son algo que siempre rezuman un sabor único que las identifica. Además: era noche de Reyes, de Reyes y Emperadores, pensó. La habitación de invitados de la casa de Pili convidaba a soñar con sus colores azules y cornisas de estrellas de mar. Estaba en la cama frente a la ventana. La noche era clara y fría. Más estrellas en el cielo. Se arremolinó entre las mantas y se puso a buscar con qué podría comenzar su diario sobre el viaje hacia El Emperador (era una manera de decirlo). No se le ocurría nada. Levantó la cabeza y vio en el cielo una única estrella y entonces recordó el cuento de El Acertijo y lo escribió:


El acertijo

Había una vez que hace mucho tiempo, tanto que casi nadie puede recordarlo a no ser por las contadoras de historias y las echadoras de cartas porque son las únicas que conocen cuanto ocurrió cuanto ocurrió antes de que el tiempo pudiera contarse.

Y un día el reino empezó a crecer como si le hubieran echado levadura. Se hizo grande y rechoncho tal como les había prometido la Reina Blanca antes de dejarles, no sin tristeza igualmente elevada. Algunos aún recordaban que les había auspiciado que el cielo les protegería. Pues así habría sido, se decían algunos, mientras espiaban cómo las estrellas les observaban. El reino parecía henchirse de noche y crecer de día. ¡Como los panes!, reían unos y otros.

Había ciertos detalles que hubieran desconcertado a los visitantes, sin embargo. En los huertos crecían por igual las flores y las legumbres. Las campanas de las iglesias redoblaban con el viento, que era muy caprichoso y así podían entretenerse en un repique prolongado. Si alguien se hubiera puesto a estudiar los terrenos habría descubierto que había más jardines que huertos, más campanas que iglesias, más teatros y tabernas que casas. Los trovadores siempre que podían se detenían más tiempo allí dada la naturaleza alegre, amante de las artes y amable de los habitantes de aquel reino inigualable. En medio de aquella felicidad pronto surgieron algunos problemas, como los hierbajos, por ejemplo.

Estaban todos y todo muy apretujados, a tal punto que cuando alguien se desperezaba podía (y así era) darle un codazo a una rosa que pinchaba a un tercero que no encontraba la manera de dejar de sangrar. Cuando alguien estornudaba en medio de una función del teatro, lo hacía con tal fuerza que agitaba el aire; y el viento se arremolinaba antojadizo haciendo sonar las campanas, claro. Entonces todos reían, actores y público se olvidaban de la función hasta el día siguiente. Ya nadie sabía qué hora era y las compañías que esperaban para actuar se agolpaban en la carretera. Los pintores pintaban por todas partes, a veces hermosos cuadros aguantaban estoicamente debajo de los cascos de los caballos que al mirar al suelo no sabían dónde detenerse (para ellos las figuras y los humanos eran personas de similar índole). Nadie lograba llegar a dónde realmente quería ir sin dar grandes rodeos utilizando diversos medios. Más de una vez sucedieron malentendidos. Sin embargo, aquella gente reía y seguía disfrutando gracias a la mágica estela dejada por la Reina Blanca.

Las estrellas que les observaban decidieron que había que hacer algo y convocaron una reunión con la Luna y el Sol. Era evidente que allí hacía falta un poco de orden. También acudieron otros planetas, asteroides y cometas. Estaban preocupados, con razón, porque pronto las confusiones llegarían a liar al día con la noche dado que cuanto ocurre en la tierra también afecta al cielo. Evidentemente eso era un desastre que había que evitar. ¡Incluso las nubes estuvieron de acuerdo!

¿Pero quién pondría en orden aquel reino manteniendo su alegría y su espontaneidad? La tarea no era nada fácil. La Corte Celestial envió emisarios por doquier. Aquellos días los ángeles y los querubines tuvieron mucho trabajo entregando mensajes. El aire se llenó de una delicado frufrú de alas y las campanas sonaron más y mejor que nunca.

En muy poco tiempo, algo así como unas siete lunas, los arcoiris del cielo se llenaron de pretendientes al reino. Se presentaron casi todos los príncipes, reyes, emperadores, reinas, emperatrices, guerreros y guerreras de los cuentos. También enviaron emisarios muchos dioses de oriente y occidente. Los jefes de los hombres más poderosos acudieron con sus deseos de poder. La cola que se formó era casi infinita. Los habitantes del cielo volvieron a reunirse. ¿Cómo podrían elegir entre tantos y tantos y tantos y ...?

La idea se le ocurrió a una pequeña estrellita que solía lucir justo encima del campanario de la iglesia mayor de aquel reino, no por nada había observado desde tan alta perspectiva hasta cada amanecer, entusiasmada. ¡Un acertijo! ¡Un acertijo! Las demás estrellas, la luna, el sol, los planetas, asteroides y cometas aceptaron entusiasmados. Y las nubes también. Como los ángeles estaban un poco cansados después del trajín de la jornada anterior, fueron las gotas de lluvia las encargadas de hacer llegar las palabras de aquel acertijo a todos los reinos:


Cruza las piernas y los brazos
Busca la sabiduría de la belleza
Jefe entre los poderosos
El carnero sensato con el rubí
Es el Padre, buen rey del uno y de los cuatro senderos


La lluvia fue generosa.


Continuará...
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Imagen: Arcano IV, El Emperador, Tarot de Carlos VI de Francia, Borgoña, siglo XV.

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Y más!
Pincha en los siguientes enlaces si quieres ver más...

Exposición sobre el Tarot de Charles VI (en francés)

El Tarot de Charles VI completo (puedes pinchar sobre cada carta para verla en detalle)